EL TORREÓN DE LA SALA DORADA
Es un ejemplo y una prueba más de “los dos castillos”. Sin más comentarios.
Me refiero con este título a la torre más alta del castillo (ya sabemos que en este pueblo a las torres de esta fortaleza se les llama “almenas”); que no es, como ya sabemos, la torre de más longitud de todas (esto a veces crea, por ello, confusión), ni la de mayor diámetro. Ésta, como ya sabemos, es la del campanillo, la más “grande” de todas. Sus motivos tenían los constructores, sin duda, para hacerla así. A simple vista vemos que esto debía ser por la posición en el terreno; parece ser que es la que “sostiene” todo el castillo, la “clave”, al estar en el ángulo más crítico, el del “acantilado” (sin duda, empezarían por aquí a construir todo el castillo; y lo demás ya sería “coser y cantar”, vamos, “pan comido”). Vemos ahora su altura, impresionante, pero que no es la real, como dije; la carrera de D. Lope tapó parte de la altura de dicha torre (con sus correspondientes “marcas de cantero”). Por todo esto se la ha llamado siempre en los libros la “torre del homenaje” del castillo; y al no ser la “más alta” (como lo eran todas las torres del homenaje), se ha supuesto siempre que no se había llegado a terminar. Hasta que llegó Eloy (Morera) y nos sacó de dudas.
Éste es, pues, como vemos, un artículo nuevo; aunque el contenido, como veremos, no es nada nuevo. Dado que es la única torre más alta y dadas las características especiales que presenta, que nos muestran su “importancia”, he decidido dedicarle un capítulo propio, aunque simplemente recogiendo algunas ideas y comentarios que han ido saliendo sobre la misma, para con ello conocerla algo mejor; en definitiva, tener casi todo el contenido agrupado en un mismo artículo para el que se interese por ella. Es, pues, una forma de sistematizar los contenidos o, ya a estas alturas, de ir “recopilando”.
En verdad, como hemos visto, la almena alta no es la más “recia” (como se dice aquí cuando uno es “fuerte”; como ya he dicho alguna vez) pero, como vemos, sí es la más alta; y como la torre del homenaje era siempre la más alta (y, normalmente, la más recia, aunque este castillo constituye, parece ser, toda una excepción; quizás algo digno de estudio-) y, como sabemos ya, como nos dijo Eloy en su libro del castillo, que este castillo se terminó por completó, en realidad era también, pues, la auténtica “torre del homenaje” del castillo templario de Mesones; donde se investía a los caballeros, en este caso, a los caballeros templarios; es decir, la torre de las “ceremonias” templarias; la torre “octagonal” de los templarios, su “modelo” constructivo. La otra, la del campanillo (o la de la gran campana, antes) era cuadrada, más “terrenal”, por lo que la utilizarían para cosas menos místicas; posiblemente fuera la “armería” del castillo; y dado que se encontraba junto a la puerta de entrada, lo primero que había que defender.
Al ser la más alta de todas, esta torre noroeste era la única que tenía sala cubierta en el adarve del castillo, siendo por ello, como ya dije otras veces, el eje de toda la defensa del castillo, donde estaría el “polvorín”, es decir, donde guardarían todos los objetos arrojadizos necesarios (entre ellos, lógicamente, las flechas para los arcos y las ballestas) para la defensa del castillo (y que podrían distribuir con rapidez por todo el camino de ronda; donde hiciera falta en cada momento); muy cerca además de la puerta de entrada a la fortaleza y del cadalso sobre la rampa; y llena de saeteras, arriba y abajo, como ya hemos ido viendo. En realidad, como hemos visto (y como dijo Eloy), estas dos torres del lado oeste, las más potentes y defensivas del castillo, como cabía esperar al estar allí la puerta de entrada.
Sin duda, la almena alta fue la torre “principal” del castillo templario, la más “importante”. Su arquitectura, además, demuestra esta categoría. Solo tenemos que fijarnos en el arranque de los ocho arcos desde las ocho esquinas de la planta octagonal (crucería del Císter, la de “su momento”, con dovelas blancas inmaculadas de las Algerceras) que sostenían el techo de la primera planta, la del adarve; todo un alarde constructivo (D. Lope, como ya dije, fue mucho más práctico, poniendo solo un arco; como habían hecho también los templarios en otras torres, menos “importantes”); como lo es también la bóveda del techo de la torre (hasta el albañil -el “jefe de la cuadrilla”- dejó escrito su nombre en esta torre; quizá, por semejante proeza; y su hermano, en las escaleras); poniendo en la clave el escudo del patrón de los templarios, San Bernardo de Claraval, para que les protegiera desde lo más alto del castillo, como las marcas de cantero.
Y estoy casi seguro que en la planta baja de esta torre tendrían la entrada, la bajada, a la sala oculta y secreta del castillo, a la que solo entrarían unos pocos “jefes”, y donde guardarían sus papeles o sus “tesoros”. Ya lo dije un día, las construcciones templarias de planta octagonal escondían siempre un tesoro o un gran secreto. Quizás hayamos encontrado dónde podían estar (aunque ya no quede nada, no sé); seguramente, como ya dije, en la sala oculta y secreta que se encontraría entre el aljibe de D. Lope y el subsuelo del salón palaciego (como ya dije, era el mejor sitio). Y no cualquiera entraría también a esta torre; el resto de torres ya hemos visto que eran “diferentes”. Quizás no sería difícil hallar en el suelo de esta torre la trampilla que daría a algunas escaleras, seguramente hoy completamente cegadas (habría que picar lo suyo). Quizás, éste fuera el “secreto” de esta sala “octagonal”, la trampilla, que llevara a algún “tesoro”.
De su simbología ya he hablado también muchas veces; como torre octagonal, era la de la resurrección (forma de la planta del Santo Sepulcro de Jerusalén; solo aquí pusieron la I, como vimos, “adornada” con dos omegas o con cuatro rayas, la marca del Cristo-Dios, del Cristo resucitado) y como la más alta de todas, la única (no pretendieron hacer otra igual -el castillo se terminó por completo; y todas las torres se terminaron con matacanes; como dijo Abbad Ríos-), la que conectaba, por ello, el Cielo con la Tierra; un “portal dimensional”, permitiendo el tránsito de espíritus, ángeles y hombres de un lado a otro; el octógono, como la representación del cuadrado (lo terrenal) y el círculo (lo espiritual, el símbolo del Cielo; por la perfección, sin aristas y por su sentido de la globalidad, que todo lo abarca); es decir, el octógono, la almena alta, como la unión entre la Tierra y el Cielo. Y para los templarios, además, la “Senda del Retorno hacia la Madre Tierra”, “Virgen Eterna del Universo”; lugar del encuentro de la naturaleza y sus reinos con la esencia divina; unidad de lo terrestre con lo celeste (en este lugar “sagrado” y “mágico” de Mesones).
El arzobispo, sin duda, lo comprendió todo y le dio a esta torre el valor que merecía. Si la techumbre de la capilla de la Virgen es una obra maestra sin igual, la que hiciera en el techo de la primera planta de esta torre pudo tener la misma categoría. Ya sabemos que también puso su escudo en las pinturas y, por el nombre que tuvo (el “torreón de la sala dorada”, como hemos ido viendo en los artículos del “face”), debía tener mucho de “dorado”, quizás, como la cúpula de la capilla de su sepulcro; también, una joya del arte mudéjar; podría haber sido esta techumbre muy parecida. Y, como ya dije, éste sí que podría haber sido su “oratorio privado”, y a la altura de un arzobispo. Y aquí tampoco entraría cualquiera.
Parece que esta techumbre se conservaba todavía cuando el coronel Ubiña en 1839, al nombrar así a esa torre. Lo de desmontar techumbres para llevarlas a otros sitios parece que no estaba aún de moda. Sin embargo, esto formaba parte del palacio del arzobispo, el que transmitió a los Urrea, que fueran después condes de Aranda; era, pues, algo “privado”. Aquí el pueblo, como ya dije, no podría hacer nada. Hasta vimos en el “face”, en el artículo del “coronel”, como una especie de muro desde la ermita (en “dirección” a la puerta), como para dividir el castillo (ya sabemos que el Ayuntamiento y los cofrades tuvieron juicios con los condes por el castillo; igual se querían también llevar el techo de la capilla). Es muy posible, no sería nada extraño, que esta techumbre mudéjar desapareciera, incluso, a principios del siglo XX (falta todavía mucha investigación sobre este castillo), cuando el famoso magnate americano de la prensa compró (a cualquier precio; cómo no lo iban a vender los propietarios) casi un centenar de “techos” de madera (como los llamaban), muchos de ellos en Aragón. La mayoría, al final, se quedaron sin montar y después se perdieron (muchos los subastaron después simplemente como madera para carpintería, y hasta como leña; triste final para estas obras de arte; ahora serían Patrimonio de la Humanidad). No sabemos, pues, aún si el del torreón de la sala dorada pudo tener esta mala suerte.
Por lo que he visto, hasta Eloy nadie supo del verdadero valor de esta torre. Vosotros la habéis puesto en su sitio. Y ya hemos visto que el arzobispo también lo hizo.
ResponderEliminarFantástico reportaje.
ResponderEliminarLa cúpula de la parroquieta, de su sepulcro, se la construyó el arzobispo. Lo de Mesones sería parecido. Si se sabe quién hizo lo de Zaragoza, se podría saber, quizá, quién hizo lo de Mesones.
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