EL MILAGRO DE LAS GRANADAS DEL CASTILLO
EL MILAGRO DE LAS GRANADAS DEL CASTILLO
Aquel soleado día 30 de mayo de la primavera del año 1955, dos hermanos de 8 y 11 años, Jesús y Santiago, habían planeado subir al castillo de Mesones a buscar nidos. Las crías de pájaros eran muy buscadas por los chicos del pueblo, pues era un manjar delicado, por ello, recorrían toda la huerta del pueblo, así como edificios que tuvieran oquedades donde pudieran hacer sus nidos. Estos lugares los conocían a la perfección, pues por experiencia de otros años sabían perfectamente dónde habían anidado, además a lo largo del año se iban fijando en qué lugares se iban asentando los pájaros, para volver a ellos en el momento adecuado.
El plan era el siguiente: aprovechando que su padre estaba en el campo y sabiendo que su madre después de comer se “echaba la siesta”, aprovecharían ese momento para escaparse de casa. Cuando su madre se durmió después de comer, cogieron entre ambos una escalera de palos de madera de su padre y el asa de un “pozal” de cinc, a modo de gancho, para introducirlo en los huecos y sacar los nidos.
Como vivían en el barrio alto, tomaron la calle que sube directamente desde su casa hacia el castillo pasando por las eras y por el viejo transformador, para después por la zona del monte, donde unos años después construirían el depósito de agua del pueblo, subir hasta la carrera y llegar a la entrada del castillo. Todo iba bien, su madre no los había escuchado marcharse de casa.
En aquel tiempo, el castillo no tenía puerta y estos dos hermanos subieron al castillo como en otras ocasiones a probar fortuna, llevando una escalera de madera y un gancho, donde si había suerte, llevarían sus capturas.
Los llamados por los mesoneros “los calabozos del castillo”, eran uno de los sitios donde palomas y otros pájaros solían anidar, aprovechando los huecos de sus muros. No había escaleras para bajar, tenías que bajar trepando por las piedras, introduciendo los dedos entre los huecos de los sillares, hasta que llegabas a un madero vertical que se había colocado para poder apoyar los pies y así disminuir el tramo de descenso, desde donde ya saltabas al suelo de los calabozos, el cual estaba lleno de enrona. En este caso fue más sencillo, pues Jesús y Santiago llevaban una escalera que utilizaron para bajar a los calabozos.
Una vez en el interior de los calabozos algo llamó la atención de los hermanos, al fondo de la estancia, detrás del último pilar que sujeta uno de los arcos ojivales, había tres objetos metálicos redondeados algo alargados con cuadraditos, que se ajustaban perfectamente a la mano de una persona. No sabían lo que era, pero pudieran ser algo de valor, por lo que los cogieron y los colgaron en el gancho de las anillas que portaban los objetos. Jesús pensaba para sí, ¡qué suerte, oro y plata de los moros!.
Tras acabar su búsqueda en el castillo, bajaron directos por el monte hacia su casa, llevando la escalera cada uno de una punta y el gancho metálico que iba sujeto a la escalera llevaba los objetos metálicos colgados de sus respectivas anillas. Deshicieron el camino que habían hecho para la subida, hasta que alcanzaron la calle donde tenían su casa, que desembocaba en la calle de enmedio del barrio alto.
Aquel día no habían tenido mucha suerte con la caza, pues no encontraron crías ni de palomas ni de pájaros, sin embargo, estaban contentos, habían encontrado tres objetos metálicos que pudieran tener algo de valor en su interior, incluso podían hacerse ricos.
Llegaron a su casa, en el barrio alto, la cual se encontraba al lado de la casa del forestal, natural de Ricla, en la que en ese día se encontraba en su interior un comerciante ambulante de telas, vendiéndolas a las mujeres del pueblo.
No dijeron a nadie nada de su hallazgo, pues querían saber lo que había en el interior de los objetos, era todo un misterio.
Santiago, el hermano más mayor, apoyó uno de esos objetos metálicos en una de las piedras del castillo que había en la calle frente a su casa para sentarse y tomar la fresca. Cogió un martillo y unas tenazas de su casa y empezó a golpear y manipular uno de los objetos metálicos contra el sillar del castillo. Quería saber qué escondía en su interior, seguramente sería algo valioso. Tras los primeros golpes, nada ocurrió, el objeto no se abría, parece ser que iba a ser una tarea complicada su apertura.
Santiago no se rindió y empezó a golpear con más ahínco el objeto, pero nada conseguía. Cuando ya iba a desistir de golpear el objeto, en uno de sus últimos golpes se desprendió la anilla que llevaba y se levantó una palanca, para su sorpresa empezó a salir humo. Santiago era pequeño, pero se acordaba de lo que hacían los mayores cuando hace poco tiempo vio cuando cerca del castillo ponían dinamita para hacer los agujeros para poner los postes de la luz y prendían la mecha, pues seguidamente antes de la explosión salía humo:
“Correr lo más rápidamente posible para ponerse a cubierto”.
Este conocimiento aquel día, y quizás la intervención de la Virgen de la ermita del castillo y la de la Virgen de Rodanas, que precisamente se celebraba ese día su festividad, salvó la vida de estos dos niños mesoneros, pues Santiago le dijo a su hermano: ¡¡¡Corre Jesús, corre, sale humo!!!.
Jesús salió corriendo hacia el cementerio y Santiago hacia la puerta de su casa que estaba al lado. No habían hecho más que separarse unos metros, cuando el objeto explotó, siendo tan fuerte la intensidad de la explosión que la piedra del castillo utilizada de asiento se desintegro en mil añicos, todos los cristales del barrio se rompieron; Santiago fue alcanzado justo cuando giraba para introducirse en su casa y Jesús cuando huía calle adelante.
Los dos niños fueron alcanzados por la explosión de lo que realmente era una granada de la guerra civil española.
La fortuna quiso que Jesús fuese alcanzado solamente en un brazo, en el cual hoy todavía conserva la cicatriz, también llevaba toda la espalda llena de magulladuras como si le hubieran disparado con perdigones, además la sangre corría por varias partes de su cuerpo.
Su hermano Santiago fue alcanzado más de lleno sufriendo diversas heridas, si bien la más grave era la de la parte alta de la pierna. Esa zona del barrio alto era muy frecuentada por las mujeres, porque un vendedor ambulante vendía telas en la casa del forestal, natural de Ricla, por suerte en el momento de la explosión sólo se encontraba en la calle la mujer de Fortunato llamada Luisa “La Carretera”, que también tuvo heridas leves en un brazo a causa de la explosión.
La primera persona que asistió a los heridos fue Benito Vallejo el carpintero, que estaba trabajando en la actual calle Herrería donde tenía la carpintería. Al oír la explosión subió corriendo al barrio alto, encontrando totalmente ensangrentado y asustado a Jesús, al cual lo tapó con una manta y lo trasladó en brazos en compañía de su madre al médico D. Alfonso que vivía en la puerta lugar junto con su mujer y su madre en la actual casa de la gemela Victoria Sisamón.
Y os preguntaréis, y ¿Santiago?, ¿Dónde estaba? Santiago se asustó tanto, que aunque estaba herido se subió a
su casa, se cruzó con su madre, no viendo ésta que estuviera herido, por lo que
salió a la calle para asistir a Jesús que estaba ensangrentado y llevarlo al
médico. Sin embargo, cuando volvió del médico su madre se encontró a Santiago
metido en la cama, estando toda llena de sangre, teniendo que llevarlo de
urgencias al médico, donde lo derivaron al Hospital Provincial de Zaragoza, estando ingresado un mes.
Aquel año en el pueblo se comentaba que la Virgen del castillo y la Virgen de Rodanas habían salvado a los niños, pues era un auténtico milagro que hubieran sobrevivido a la explosión de una granada a tan corta distancia, y Jesús así lo cree.
Los padres de Jesús y Santiago, en agradecimiento de aquel milagro, subieron desde entonces cincuenta años seguidos andando a la romería de la Virgen de Rodanas, mientras sus condiciones físicas se lo permitieron.
Todavía quedan restos de metralla de la granada incrustadas en la madera de una de las puertas del barrio alto y que pueden verse si te das un paseo hasta allí, están marcadas con tiza.
Restos de metralla en la puerta del barrio alto consecuencia de la explosión de la granada. Vemos que los impactos están marcados con tiza.
Las otras dos granadas que no explotaron, cree Jesús que se guardaron durante un tiempo en el Ayuntamiento de Mesones, hasta que llamaron a los militares, “los artilleros de Calatayud”, haciéndose cargo de las mismas, las cuales explosionaron en el camino que lleva a la yesería de Mesones, delante de unos olivos propiedad de la Raimunda.
También me dijo, que siendo ya mayor, hace unos diez años se enteró que esas granadas fueron dejadas por un vecino del pueblo en los llamados “los calabozos” del castillo para deshacerse de ellas tras la guerra civil española.
Pocos años antes de morir, este señor confesó a un familiar que él fue quien abandonó las granadas en los calabozos del castillo, pues era un gran remordimiento que tuvo mientras vivió. Y este familiar, un día se lo dijo a Jesús, si bien su nombre es lo de menos.
Sin duda una historia para recordar, ya olvidada por la mayoría de los mesoneros y que ya no se perderá, pues uno de los principales protagonistas de la misma, Jesús Serrano, me la contó el otro día cuando me encontré con él por casualidad en la puerta lugar de Mesones.
Sin duda para los mesoneros de aquel tiempo fue un auténtico “milagro” de la Virgen de nuestra señora de los Ángeles de la ermita del castillo de Mesones y de la Virgen de Rodanas. Por eso se le tiene tanta devoción en Mesones a estas Vírgenes.
Muchas gracias a los hermanos Jesús y Santiago SERRANO BERNAL por contarme de primera mano y autorizarme a publicar en mi blog y en el facebook de Mesones "El milagro de las granadas del castillo". Sin duda alguna uno de los milagros ocurridos en el siglo XX en Mesones y del que ya solamente unos pocos "viejos", como dice Fernando, se acordaban.
De ser una vieja anécdota casi desconocida, has sabido construir una entrañable historia que guarda la memoria de Mesones y sus mesoneros. Gracias, Lucio! Y gracias por publicar el boceto de los chavales bajando con la escalera y las granadas. Un placer colaborar en tan entrañable labor. Abrazos de tu amigo,
ResponderEliminarEloy.
Muchas gracias a ti Eloy. Tu dibujo ha puesto la guinda a esta historia milagrosa, y será esta imagen de los dos hermanos con la escalera la que nos vendrá a la mente cuando nos acordemos de su increíble aventura, o mejor dicho “milagro”.
EliminarPobres chicos, que susto para sus padres para ellos y para todo el pueblo, no se si les quedò mas ganas de ir a buscar nidos, ahora ya es una gran historia-
ResponderEliminarPudo haber sido una tragedia. Por suerte, ha quedado como una historia milagrosa para recordar, donde finalmente todo acabó bien.
EliminarQue historia más bonita! Gracias por transmitirnosla!
ResponderEliminarQ bien contada, de una anécdota antigua y seguramente perdida a una bonita historia entrañable de este par de jovenzuelos. Marimar.
ResponderEliminarSin duda, un auténtico milagro, contado tal como paso, sin intermediarios que pudieran haber cambiado la historia, pues sus protagonistas fueron quien me la contaron, y antes de publicarla me dieron su visto bueno. Por eso se tiene tanta devoción y fe a las Vírgenes de Mesones y a la de Rodanas, porque siempre protegen de las desgracias a los mesoneros.
EliminarBonita historia y muy bien contada.Eso si, ya podía la Virgen haber hecho que las granadas explotaran solas cuando no había nadie.
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