ALBERTO CIMORRA SÁNCHEZ: EL TESORO DE LOS TEMPLARIOS Y ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO
Alberto Cimorra Sánchez, me ha dado permiso para publicar en mi blog el nuevo añadido actualizado de su libro: "Mesones de Isuela. 2.000 años de historia". Así todo el mundo, tendrá en su mano las últimas actualizaciones sobre Mesones, que hemos ido descubriendo a lo largo de las investigaciones del castillo llevadas a cabo en los años 2021 y 2022, y que iremos publicando más especifícamente, si bien éste es un adelanto resumido.
NUEVO AÑADIDO
EL TESORO DE LOS TEMPLARIOS
Terminamos con esto, y esta vez ya para siempre, esta “historia de Mesones”. La obsesión de escribir cosas para que no se pierdan, al menos en este libro, toca a su fin. Supongo que ya es hora. Y no lo podíamos hacer de la mejor manera, como dice el título, con un tesoro. La aparición del libro de Eloy Morera sobre el castillo de Mesones ha abierto, quizás, una puerta para el futuro, y para la esperanza. Ahora sí que estemos ya en el “camino” de ir desvelando, uno a uno, todos los misterios de este, como ya dijimos, enigmático castillo. Y mientras lo hacemos, existe siempre la posibilidad, y la esperanza, de paralizar esta larga agonía a la que se ve abocada Mesones, como ocurre con cientos de pueblos de Aragón y de toda España.
Antes de Eloy, el descubridor de esto, alguien podría haber pensado (aunque no fue así), al ser Mesones dominio del Temple y, sobre todo al ver cosas “raras” en este castillo, y también por su propia fisionomía y singularidad (al ser diferente a otros castillos “de su tiempo”), en un posible “origen templario”. Además, las escaleras de las torres eran “templarías” (igual por arriba que por abajo). Ya apuntaba, pues, la cosa maneras. Pero, las huellas de D. Lope en el castillo eran como podían ser hace millones de años las de los grandes dinosaurios en la tierra, aplastantes. Y, al final, por falta de documentación, todo quedaba diluido en la famosa llamada Guerra de los Dos Pedros, una continuación en España de la guerra de los Cien Años.
No sabemos qué papel pudo jugar el castillo de Mesones en esta contienda; falta documentación, como hemos dicho; pero lo que está claro es que nadie querría enfrentarse en estos momentos a este gigante, y lo más probable es que, simplemente, lo dejaran de lado. De ahí, quizás, que no aparezca, de momento, por ninguna parte. El campo de batalla no estaba en Mesones; estaba, por ejemplo, en otros lugares como Araviana, (pueda ser topónimo celtibérico, donde los haya), en la propia Castilla. Sabemos ahora, que fue “debilitado” en ese momento por la táctica de la “tierra quemada” y rehabilitado y reformado por el arzobispo, cuando tomó posesión en 1369 (después de haberlo tenido su cuñado Fernán Gómez comendador de Montalbán, como ya vimos) y, al final como “heredero” en el tiempo (como apunta Eloy) de los propios constructores del castillo; hacía ya más de un siglo; ya lo dijimos, en aquella época, siglo XIII, el Temple en Aragón y el Rey eran lo mismo; después, también. Y en el castillo de Mesones estarían los templarios hasta la disolución de la orden en 1312 (carta de 1283 a Guillermo del PUEYO, señor de Jarque, sobre la queja que habían hecho los frailes del Temple -poseedores de la mitad- por haber obligado a pagar a los sarracenos de Mesones en contra de los privilegios dados por el rey Jaime; ¿los de 1263 en Épila?; quizás, como premio por colaborar en la construcción poco después de terminarse el castillo).
Habrá que cambiar, pues, ahora, los carteles del castillo; ya no vale lo de “castillo gótico, siglo XIV”. Habrá que poner ya “castillo templario, siglos XIII y XIV”. Lo del XIII, por su construcción, y lo del XIV por la reforma del arzobispo. A todos nos hubiera gustado ver íntegro sólo lo del XIII, pero la maravillosa capilla del castillo de D. Lope no tiene precio. Pero, éste hizo también muchas más cosas; en realidad, por dentro lo cambió casi todo, al menos las funcionalidades de los espacios, como podemos deducir, sobre todo, ahora, con el libro de Eloy, de las diferentes publicaciones. No nos vamos a extender en esto, para eso están los libros. Y muchos otros cambios serían ya también fruto de reutilizaciones de espacios, materiales y, sobre todo, una gran parte, del abandono y del expolio.
Pero, ahora resulta mucho más fácil interpretar todo. Es, como dice Eloy, una baraja de cartas que se van cayendo, una tras otra; una cosa llevará a la otra y así sucesivamente. Por ejemplo, se me ha ocurrido una cosa; que la ubicación de la capilla del castillo en la actual torre puede ser sólo cosa de D. Lope. Antes, la capilla, dedicada, seguro también, a la Virgen, podía estar en otro sitio. Como vemos, en el muro contiguo a la iglesia, el muro este, arriba, existe un gran ventanal (en la sala falsa, al lado, hay otro), lo que indica que toda esa zona estaba construida. Estaría por allí (y debajo del ábside la cripta; hoy está la ventana enterrada).
También, el muro donde está la actual puerta del castillo señala que allí existía una construcción adosada. Esos espacios, con sus zócalos a nivel, fueron en algún momento desmantelados. Y todo esto viene a raíz de lo siguiente (es también, como se verá, una sucesión de cosas, vistas ya con la nueva perspectiva):
Los mesoneros siempre hemos dicho que lo que ahora los guías del castillo dicen que son bodegas y almacenes (Eloy y otros, aljibe -habría dos pisos-) eran los calabozos. Hay arriba, en el patio de armas, una gran piedra circular de arenisca roja (debe pesar lo suyo) tapando un gran agujero en el techo por el que, según nos decían los mayores, bajaban y subían con una soga a los prisioneros del castillo. Esto, desde luego, lo creíamos a pie juntillas (y la sabiduría popular nunca engaña).
Sin embargo, el subterráneo de la torre central norte, que mira al barranco de la Canalija (en los mapas, el de Andacón, como dice Eloy; es el mismo), dicen ahora que eran los calabozos. Los de Mesones siempre hemos dicho que eso eran despensas. El propio Eloy dice que eso no eran los calabozos. Pero, tampoco señala dónde podían estar. La verdad es que le faltaban datos, si no, seguro que lo hubiera descubierto. ¿En dónde, pues, podían estar estos calabozos? La verdad es que sólo podían estar en un lugar, y no, además, en la zona de defensa de la guarnición, junto a la puerta de la entrada templaria, sino en la más oculta, protegida y segura, es decir, en la contraria, en el otro extremo del castillo; en la cripta. La prueba de todo esto la podemos tener en que para acceder a la cripta había dos entradas. Hasta hace un tiempo sólo se podía acceder por una trampilla, de buenas dimensiones, con una puerta de madera que se abría hacia arriba, situada en el suelo de la propia nave barroca de la capilla, cerca de la puerta de la sacristía. Después, cuando se embaldosó el suelo de la nave (aquí, se cansaban ya de barrer y fregar un suelo siempre áspero y basto) se clausuró dicha entrada y se abrió otra por una, ahora sí, pequeña trampilla, dentro de la sacristía, muy cerca además de la puerta de ésta (aún no se hacían visitas al castillo; tardarían todavía muchos años). ¿Qué significa esto?
Pueda ser que el arzobispo cuando situó la capilla en la torre cambió el uso de los subterráneos de esa torre convirtiéndolos en una cripta, está claro, que no para él, sino para sus sucesores.
Para ello cambió completamente el techo de la cripta usando elementos nobles: bóveda de crucería con la luna de su escudo en la clave. La bajada desde la nave tuvo que ser obra ya del arzobispo, al situarla dentro de alguna pequeña capilla mudéjar. La entrada a los antiguos calabozos, más separada, no entraba ahora en el “cuadro”. Y ya no tenía sentido, para sólo un señor del castillo, los enormes almacenes o bodegas (o, el gran aljibe; el otro lo hizo D. Lope), como lo hubieran tenido para toda una entidad como el Temple (o, el rey), con posesiones en toda la península y que, incluso, podrían servir para su propia logística. Además, al estar ahora situados en pleno patio de armas, con el cambio en la entrada del castillo, esto ya no era conveniente. Y las antiguas bodegas y el gran aljibe fueron transformados en los calabozos del castillo, eso sí, unos enormes calabozos; algo que ha transmitido la tradición oral hasta nuestros días. Como vimos, en el castillo de Mesones estuvo la cárcel del que después sería el condado de Aranda.
Pero, las reformas del arzobispo no se limitaron al interior del castillo. Como vimos con Eloy, el cambio en la puerta de entrada por parte de D. Lope cambió parte de la fisonomía exterior del castillo. Desapareció la rampa de madera (hay marcas) por la puerta elevada (protegida por un corte vertical en la roca), que permanecería tapiada (con yeso y ladrillo) durante siglos; y el arzobispo facilitó el acceso al castillo con un camino empedrado, hecho con piedra de río (aún las llegamos a ver), menos vertical y más descansado, la actual “carrera” del castillo. Eran ya otros tiempos, nuevos tiempos de paz (que él mismo había firmado) para el reino. Este cambio, es decir, el nuevo acceso al castillo, que debía ser, ahora ya, lo suficientemente ancho para el paso de carros, y la construcción de la “terraza señorial”, justo encima (estuvo cubierta con un tejado apoyado en columnas muy juntassobre la muralla -hay fotos-), en el lado sur del castillo, que interfirió, además, la propia función de las torres, debilitó la defensa por este lado.
Para contrarrestar esto D. Lope construyó en la carrera una pequeña muralla exterior al castillo, de la que hoy sólo queda la puerta que podríamos llamar de “emergencia”, situada en el recodo de la subida, pegada a la torre sureste (lo que hoy existe, con el barandado de postes o maderos, es todo nuevo). Así, si el pueblo era ocupado y la subida del castillo al inicio de la carrera (con su puerta de acceso, similar, quizás, a la de arriba; estaba a la altura de la almena del campanillo; aún está el hueco hecho en la base de la torre para atrancar la puerta; y la garita arriba) interceptada en sus calles de salida, siempre podrían entrar y salir por la otra, la cual por su situación nunca podría ser bloqueada (sin olvidarnos de los famosos subterráneos o pasadizos, desde el castillo hasta la acequia y el río). Y todo el muro de la nueva puerta del castillo fue engrosado y protegido con una elevación de las almenas, pero de mampostería (esto permitió su conservación; el resto, de sillares, ya había sido arrancado).
Las reformas del arzobispo en el castillo de Mesones (además de la capilla) fueron encaminadas, pues, a dotarlo de una mayor comodidad para sus ocupantes, convirtiéndolo en un auténtico palacio (el lado oeste), y sin descuidar, como hemos visto, la función defensiva del mismo, demostración siempre del poder y autoridad del señor del castillo. En relación con la época de construcción del castillo templario, mucho había ya cambiado. Pero, a pesar de todo, el arzobispo parece que no vio llegar los tiempos “modernos”, quedándose anclado todavía en la vieja Edad Media; quizás, era ya demasiado “mayor”. Toda la obra, el empeño y el gasto de D. Lope para poder transmitir a sus herederos un patrimonio que se antojaba imperecedero, que propagase a la vez con él en el tiempo su figura (y, con ello, su propia inmortalidad) no pudo adaptarse después a los nuevos tiempos que venían, y sus herederos ya no continuaron la obra. La situación del castillo en lo alto de la montaña, alejado de la vida en la villa, las dificultades del acceso, el camino demasiado empinado para los carros; el viento, la lluvia, la nieve, el hielo y las tormentas, no harían al castillo de Mesones el mejor lugar para llevar una vida relativamente cómoda, al menos, en determinadas estaciones del año. Sus propietarios, poco a poco, lo irían dejando. Sin embargo, y a pesar de todo, al final, como vemos (estamos hablando de él), el arzobispo se salió con la suya, consiguió su objetivo, la “inmortalidad“.
Quedan todavía muchos misterios por desvelar en este castillo, muchos enigmas que resolver, para poder conocer su verdadera historia, que también será de alguna manera la nuestra. Y ahora, precisamente, tenemos la oportunidad de hacerlo. Habrá quien tendrá que ir tirando todavía del ovillo, o como ya he dicho también a alguien, del carro. No nos podemos estar ahora parados, precisamente, ahora no. Y mientras lo hagamos, al menos, seguiremos dando vida a Mesones. Nos servirá para conocer también, como hemos dicho, nuestra propia historia, nuestras raíces, nuestra identidad. Si no lo hacemos, o si esto se perdiera, si se cortan las raíces, si pierdes lo que es tuyo, perderemos también nuestra propia identidad y seremos, simplemente, un bulto sospechoso.
Como puede verse en este libro, al menos en esta nueva edición, no he perdido la oportunidad de poner fotos del castillo allí donde se ha podido; y es que el castillo de Mesones y su extraordinaria capilla, es para Mesones y los mesoneros la auténtica joya del pueblo, como se diría, “la joya de la corona” (y la mejor manera también de “vender” Mesones, como ya dijimos). Sin olvidar tampoco su maravillosa torre mudéjar, tan poco conocida y valorada y, sin embargo, “patrimonio de la humanidad”; como lo es también la techumbre mudéjar del castillo, como dijo algún autor, y como ya dijimos en este libro, aunque lo tengamos que repetir, uno de los “monumentos más bellos de Europa”. No esperamos ya a estas alturas que Carlos, con su péndulo, encuentre en el suelo de la almena alta, o en cualquier otra parte del castillo, el famoso tesoro de los templarios. No hace falta, porque el castillo de Mesones será a partir de ahora también para Mesones y los mesoneros, el auténtico Tesoro de los Templarios.
CAPÍTULO II
ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO
Construido por los templarios (con piedra del entorno; en un “paraje mágico”) sobre la década de 1250, los promotores del castillo serían éstos y el rey Jaime I, al que llamaban el “rey templario”. Todo de buena piedra sillar, con muros que tienen de media 2,80 m. de grosor, es una fortaleza, a todas luces, inexpugnable y, quizás, la más “cara” de Aragón. A pesar de desaparecer casi todas las almenas y matacanes de las seis torres (que ya no reconstruyó D. Lope), conserva todavía la grandiosidad y majestuosidad que siempre tuvo. Sus constructores lo concibieron, sin duda, para la eternidad, de la que hoy disfruta, arriba en lo alto, “entre la tierra y el cielo”. Su fisonomía es, quizás, única en España, y al que el escritor Eloy Morera ha comparado con el castillo del Crack de los Caballeros de Oriente Medio, construido por las órdenes religiosas y cuyo diseño pudieron traer a España con las cruzadas.
Sigue también el modelo imperante en Europa en el siglo XIII, el Felipe Augusto, también traído de oriente, de castillo regular en su planta (para lo que hubo que adaptar el terreno con grandes subterráneos, típico de los templarios) y con camino de ronda en el alto de la muralla para facilitar una defensa eficaz por todos los lados (quizá, coetáneo del de Sádaba, de la orden del Hospital). La edificación se orienta hacia los cuatro puntos cardinales y, como apuntó García Atienza en su libro sobre los enclaves templarios, la construcción adopta las estructuras claves de la arquitectura religiosa, llena de simbolismo; las seis torres, como dice, son la clave: si bien son circulares por fuera, por dentro son hexagonales (al este) y cuadradas u octogonales (al oeste), siendo los números 6 y 8, como dice Eloy Morera en su libro del castillo, los números rectores de esta construcción (son catorce las veces que el Señor dijo: “el que tenga oídos para oir, que oiga”, seis veces en la Tierra y ocho desde el Cielo). La estructura física del castillo, como las de las iglesias medievales, conforma, pues, una compleja alegoría cristiana. Por dentro, los templarios lo concibieron, como dice Eloy, como un monasterio, con su claustro, de columnas cuadruples blancas, en medio, la capilla dedicada a la Virgen (culto introducido por las órdenes religiosas) en el muro este, y cripta abajo, y la puerta del castillo en otro extremo, muro oeste (puerta elevada, con rampa de madera en recodo y puente levadizo). Más de un siglo después de su construcción, el nuevo titular del castillo, el arzobispo de Zaragoza Lope Fdez. de Luna, lo transformó por dentro en un castillo-palacio, sin respetar la simetría, el orden y los materiales de la construcción templaria, pero perpetuó aquí el culto a la Virgen con la magnífica capilla de la torre este (considerada la capilla sixtina del arte mudéjar) que es “Patrimonio de la Humanidad”.
Muy bien las fotografías acompañando a los textos. Se hace mucho más ameno e ilustrativo.
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