LAS ESCRITURAS DEL CASTILLO
“LAS ESCRITURAS DEL CASTILLO” (1ª PARTE)
Cuando hace poco estuve haciendo fotos en el castillo, encontré también otra cruz templaria, en una zona noble del castillo “templario”, bien visible (os la pongo ahora).
Supongo que si el castillo se hubiera construido después de decretarse por el Papa la disolución de la orden del Temple (1312) y, después del juicio, de haber quemado en la hoguera a su líder y a 38 de sus “jefes”, no creo que se le hubiera ocurrido a nadie poner ese símbolo ahí. Igual terminaba también en la hoguera.
Lo de la “afición”, de algunos, a la hoguera en esa época (para otros) no era ningún juego. Y lo de la “afición” a lo “templario” vendría siglos después, como sabemos. Además, los acontecimientos siguientes de la historia, y concretamente de la relativa a Mesones, no parecen hacer posible su construcción desde entonces. Veamos.
Sabemos que en 1315 Mesones (que ya se lo habría quedado el rey todo para él) fue dado, en garantía de la dote de su mujer (porque el rey no tenía dinero), a Juan Ximénez de Urrea, pero que después, no sabemos en concreto cuándo, volvió al realengo; en este caso, como vimos en la historia de Mesones, al hijo del rey (“el rey da a su primogénito D. Jaime los moros de Masones, pagando 8.000 maravedíes a Juan Ximénez de Urrea y a su mujer Sibila de Anglesola, que le había dado Jaime II en dote”).
Juan Ximénez de Urrea no iba a construir este castillo estando “de prestao”. Y el hijo del rey, de momento, viviría de las propinas. Y los reyes de Aragón en ese tiempo estaban totalmente volcados en las campañas mediterráneas y también enfrentados con los nobles. Y más tarde vendría la guerra de los Pedros, vamos, la ruina. Y la peste en el siglo XIV, como todo el mundo sabe, hacía estragos.
Arco original de la torre sureste que sujeta la techumbre. Ésta fue reconstruida hace pocos años.
Lo de los nobles terminaría finalmente en la batalla de Épila de 1348; los cabecillas fueron precisamente este Juan y su hijo, también Juan Ximénez de Urrea. Ambos morirían ese día; el primero se supone en combate -a manos de los caballeros castellanos de Fernán Gómez, cuñado del arzobispo, que habían conseguido cruzar el paso del Jalón; y el segundo ajusticiado en la plaza de Épila -ahorcado-. Quizás hubieran encontrado éstos en el castillo de Mesones el famoso tesoro de los templarios, que después encontró uno de Nigüella (Nigüella y Tierga eran en ese momento de estos Urrea) enterrado en un roturo de Monegré; ahora ya, convertido en el “tesoro de los Urrea”.
Al final, reyes y nobles sobrevivían también como podían; y solían vivir además casi siempre “de prestado” (a templarios y judíos; después sólo a éstos, claro). A veces, como cuentan las crónicas, no tenían liquidez ni para pagarse la comida. De esto hay en la historia varias anécdotas “reales”. Así, pues, desde 1312 no existe una posibilidad real de que nadie hubiera podido levantar, como dice Eloy, el actual castillo de Mesones.
Arco original completo y techumbre de madera reconstruida de la torre sureste
Como sabemos, lo que hizo D. Lope fue rehabilitarlo según los nuevos tiempos. Y lo que se suele rehabilitar es siempre algo viejo (otra pista), y que se haya quedado ya obsoleto, y no algo que se haya construido poco antes, como en este período que hemos visto.
Por todo ello, vamos acortando ya las fechas. Las escrituras del castillo tendrían que ser, pues, de antes de 1312. Y sabemos que los templarios estuvieron en Mesones desde 1173 hasta esa fecha, la de su disolución.
Sabemos que en 1266 “el rey Jaime” cambió Luceni (en la ribera del Ebro; cerca de Zaragoza) por la mitad de Mesones, y la mitad de su castillo, que dio al abuelo del arzobispo, Guillermo de Alcalá, también, señor de Jarque (y de Corna). Ya os puse el documento “original”.
En 1283 vimos también que el señor de Jarque seguía en Mesones, y que no debía llevarse muy bien con los templarios, como también pudimos comprobar, que seguían también en Mesones, desde 1173, como sabemos.
En los inventarios de las posesiones de los templarios de 1289 sale también Mesones, como igualmente vimos en las publicaciones de este Facebook, y, además, como una de las posesiones “importantes” de los templarios en Aragón, como Ricla y Encinacorba (las tres “seguían la línea” -ved el libro de Eloy-), perteneciente a la encomienda de Calatayud (todo lo de “Masones” está, pues, en “Calatayud”).
Marca de cantero de “la plomada” del castillo de Mesones. Marca numerosa en la almena alta (torre noroeste), que coincide con las encontradas en el fuste y basa o capitel.
No es fácil que el actual castillo de Mesones pudiera construirse (derribando el anterior que pudiera existir, al menos, desde el siglo XII), con la colaboración de los templarios y el tal Guillermo, y que cada uno costeara la mitad, ya que después los dos siguieron en Mesones. Por tanto, quizás, ya podemos acortar todavía más las fechas. El castillo tuvo que hacerse, pues, antes de 1266.
La razón de que el rey se desprendiera de su parte del castillo de Mesones se podría adivinar. No abandonaba este castillo, allí estaba su “guardia personal” (todos los archivos reales -y los tesoros- los custodiaron siempre los templarios; Jaime II creó después la orden de Montesa para sustituir al Temple), y ponía “bajo vigilancia” a uno de los nobles “importantes” del reino, casado con la hija (Dª Mayor) de D. Lope Ferrench de Luna, señor de Luceni (bisabuelo del arzobispo). Y, además, le obligaba (para defender lo suyo) a defender la frontera con Castilla (Jarque y Mesones).
Era sin duda, una jugada maestra y una carga menos para el rey (cuyos recursos podía emplear en otros fines -quizás, en la cruzada a Tierra Santa que preparó-) y tenía controlado así también, como decimos, a una parte importante de la nobleza. La política de Jaime I era así; le habían enseñado muy bien desde pequeño los templarios, sus tutores (en el castillo de Monzón, como sabemos).
También sabemos que en Abril de 1263 Jaime I, en Épila, concede determinadas franquicias a los habitantes de Mesones. Se trataba de una negociación con el rey sobre el pago de impuestos, ventajosa para los de Mesones (de ahí la palabra “privilegios” de que hablaban los templarios que les quería quitar el tal Guillermo a los de Mesones, precisamente, por ser “privilegios”), y algo que no había ocurrido antes (los historiadores dicen lo siguiente: “se trata de la primera negociación global de rentas con la monarquía conocida en esta zona, la concentración de tributos en dominios administrados por el rey”): el rey concede a los habitantes de Mesones franqueza de determinados impuestos, el precario sobre el usufructo de la tierra y las casas, la capitación, derechos sobre la tierra, etc, a condición de que le entreguen 1.500 sueldos anuales en tres pagos, para San Miguel, Pascua y Resurrección; el rey se reserva el monedaje, los derechos de pasto (el herbaje -hoy en Mesones, “las hierbas”-) y los de justicia.
¿Por qué sólo a Mesones en este momento y no, ya de paso, a otros pueblos o, ya, a toda la comarca? La razón la podríamos presentir, como ya hemos dicho otras veces aquí: la población de Mesones colaboró de una manera importante en la construcción del castillo; también, por su propio bien, como ya indicamos. Quizás, en la guerra de los Pedros no tuvieron grandes problemas. Hubo poblaciones con castillos muy pequeños que pudieron resistir a los castellanos.
Sabemos que desde 1173 Mesones está en posesión de los templarios, al haber sido donado a éstos por Sancha de Abiego. Que el actual castillo se construyera antes, dadas las características que presenta, su grandeza, su singularidad, su simbología, su “religiosidad”, como hemos ido viendo, y que sus constructores fueran otros, se hace muy complicado hasta de pensarlo. No hay que olvidar que los templarios eran “monjes”.
Arco del castillo expoliado para hacer la entrada a una cueva
Pero, vimos también en la historia de Mesones que muy pronto el rey interviene en la administración de Mesones; otorgando privilegios a varias aljamas de la comarca, en las que estaba Mesones. Y que en 1254 Jaime I da “la mitad” de varios impuestos de Mesones por el pago por la custodia de varios castillos en el reino de Valencia.
En algún momento, pues, desde la donación de Dª Sancha de Abiego, los señores de Mesones pasaron a ser, a la vez, el rey y los templarios (como ya dijimos alguna vez, al final, eran lo mismo).
Que el castillo de Mesones fuera construido en tiempos de Pedro II, el padre de Jaime I, conociendo la historia en ese momento, y las penurias económicas de la realeza en esos momentos, se hace también complicado de entender. Quizás, sí los templarios podrían haberlo hecho ahora (como sabemos, eran los banqueros de aquel tiempo). Pero no hay nada en la historia que nos indique esto, ninguna pista, ningún indicio, quizás simplemente, porque no sea así.
Y todo haría presumir que hasta 1245 el rey y los templarios (su guardia personal -a Jaime I, como ya sabemos, le llamaban el “rey templario”; o el “rey murciélago”, símbolo templario-) estarían muy ocupados en otros menesteres, por ejemplo, en la conquista de Valencia, que se produjo ese año.
A partir de esa fecha, y ya con un buen botín, todo podría ser ya favorable para que alguien (y no hay otros -no cabe otra-: el rey y los templarios, los templarios y el rey, o sólo los templarios con el permiso del rey, a cambio de otros favores, etc. etc.; pero con la condición de que el castillo fuera de ambos) pudiera levantar ya el actual castillo de Mesones y colocar el murciélago (como en Valencia) en las ménsulas de tan impresionante fortaleza.
Eloy, que es muy listo, en su libro del castillo de Mesones nos dio una pista más, la del caballero y el león (hay que leerse el libro; no se puede explicar aquí). Y ésta puede ser también una de las claves que fechen el comienzo de las obras del castillo.
El final de éstas podría estar, como hemos visto, cuando poco después viniera el rey Jaime, desde Épila, por Rodanas, a ver el castillo terminado, habiendo felicitado y “recompensado” debidamente antes (en Épila) a los habitantes de Mesones por semejante proeza (seguro que fue aplaudido y vitoreado en su entrada a Mesones -porque les iba a hacer pagar menos impuestos-). Hasta pudo dormir en la sala noble del castillo, que ya hemos visto (la de la cruz templaria).
Puerta de entrada y mirador de la torre sureste
Ahora los arqueólogos e historiadores del arte pueden decir ya lo que verdaderamente piensen, sin miedos, sin temor a equivocarse o a hacer el ridículo. Antes las “aplastantes” (como dijimos) huellas de D. Lope en todo el castillo (los famosos escudos) los tendrían totalmente coartados. Supongo que estos estudiosos podrán ahora diferenciar perfectamente ya unos estilos de otros, unas “obras” de otras, unos momentos históricos de otros. Y esto, quizás, nos permitirá encontrar, ya de una vez por todas (quizás, en alguna sala oculta de algún pasadizo), las “escrituras originales del castillo”.
Todo muy bien. Como bien dices, no cabe otra.
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