EL ÚLTIMO TEMPLARIO
EL ÚLTIMO TEMPLARIO
El último templario del castillo de Mesones, ya lo dijo Eloy al final de su libro del castillo, cuando se dio cuenta. Y es que todo lo que vamos conociendo del castillo nos conduce, siempre, a este libro. La investigación que empezamos con él, la búsqueda del origen del castillo de Mesones, nos ha llevado siempre, en todas las ocasiones, irremediablemente, a su libro. La verdad es que nos lo puso fácil, nos enseñó el “camino”; y, una vez aquí, también con su ayuda, todo fue muy sencillo: como dice su libro (“El castillo de Mesones. Un camino hacia el interior”), una cosa conducirá a otra, y así sucesivamente…; y así fue.
“El castillo de Mesones. Un camino hacia el interior”. Del escritor Eloy Morera Gracia. Editorial la fragua del trovador.
En algunas cosas, al principio, no le hicimos mucho caso; era una “novela”, “algo de fantasía”, para “adornar el argumento”: lo de la Madre Tierra, la Virgen, las cuevas, el río, las montañas, los celtíberos…D. Lope…, pura imaginación. Pero no, qué va. Al final, descubrimos que “todo eso era la pura verdad”. Y muchas otras cosas de la Historia, que él bien conoce.
Eloy descubrió finalmente en su libro quién fue el último templario del castillo. A nosotros también nos costó. Cuando él lo supo, pidió disculpas. Nosotros, después, cuando también lo supimos, hicimos lo mismo, por lo que habíamos dicho. Una búsqueda, la de Eloy y la nuestra (siempre con su ayuda), que nos llevó, al final, hasta el último templario del castillo.
Además, un día, por casualidad, vimos una marca que lo delató, definitivamente: era, sin duda, la marca del último templario del castillo de Mesones, y no era ningún escudo, era una “cruz patada”, una cruz de los templarios, una cruz del arzobispo. Ya no cabía ninguna duda, D. Lope fue el último templario del castillo.
Ya corría sangre de templarios por sus venas; su abuelo fue comendador del Temple y tuvo también después Mesones y su castillo, como ya vimos (¿casualidad?; como nos dice Eloy, “las casualidades no existen, solo las causalidades”). Aun siendo el único varón de su familia, para haber continuado la estirpe, prefirió ser “templario”, un “monje guerrero” (ya lo sabemos, lo de guerrero). Sin duda, conoció desde muy pronto la verdadera historia del castillo. Y, quizás, eso le fascinó por completo. Aquí estaría también muchas veces con su hermana, sobre todo, cuando su cuñado Fernán Gómez (otro que fuera también “comendador”) fuera el “tenente” del castillo. Y es que esto sería aún, por dentro, un monasterio. Y ya vimos que le debió coger un “especial cariño”; si no, no hubiera hecho lo que hizo. Cuando lo destrozaron lo tuvo que sentir de veras.
Pero, ¿por qué después hizo lo que hizo, en este castillo? ¿Por qué se gastó aquí buena parte de su patrimonio? Ya nos lo dijo también Eloy, de nuevo: “para que nada cambiara, tuvo que cambiar todo”. Fue el que continuó “con lo mismo”, el “monje guerrero” (mandó las tropas del reino), el “heredero”, de aquellos que habían construido el castillo (si los tesoros del rey de Aragón -y las “escrituras”- los guardaron siempre los templarios, su “guardia personal”, el arzobispo hizo lo mismo, nada había cambiado; y de la iglesia no se fiaba el rey -la donación después a D. Lope de Mesones fue que no lo podría dar “nunca” a “iglesia alguna”-), de aquellos, ahora “desaparecidos”, que seguían estando ahí; eran los mismos, como nos dijo Eloy, y ahora él era uno de ellos; y como buen “caballero templario” le construyó aquí a su “dama”, a la Virgen, ahora en su castillo, la capilla más bonita del mundo (como sabéis, la llaman, la capilla Sixtina del arte mudéjar, y uno de los “monumentos más bellos de Europa”; que no es poco).
Y, como ya era mayor, aseguró muy bien todo. La labor a él encomendada debía seguir, otros debían coger después el relevo, para continuar “con lo mismo”, con lo que habían empezado aquí los templarios, hacía ya más de un siglo.
Lo primero, lógicamente, era rehabilitar el castillo, no quedaba otra; un castillo destrozado por dentro (ya lo vimos) y, ahora, inhabitable; y, en segundo lugar, darle una función que le diera continuidad en el tiempo.
Pocos hubieran podido hacer esto, y él lo sabía. Terminó comprendiendo, sin duda, que los tiempos habían cambiado, que nada podía ser como antes. Por ello, construyó aquí un “palacio” (como hizo el Papa Luna en Peñíscola; también, un castillo de templarios); no para él, no le hacía falta, ya era viejo, y una cripta, tampoco para él; ya tenía la suya (en La Seo); todo, para sus herederos, para que esto no se perdiera; para continuar la labor; para proteger, ahora, “su templo”, su capilla, el tesoro: la Virgen. Como buen “caballero templario” esa era su obligación, su compromiso, como el “continuador”, el “heredero”.
Ahora, realmente, lo comprendemos todo. Sin su rehabilitación del castillo, después de tantos siglos, ya no quedaría nada. No hizo más que continuar con la labor de los templarios (“era uno de ellos”). También puso su nombre (sus escudos -de seis y ocho escudetes; los números “espirituales” del castillo, como nos dijo Eloy, y que ya hemos visto-; y no podía poner otro); y todos tenemos nuestra vanidad, y más, con lo que se había gastado (cualquiera hubiera hecho lo mismo).
Sin duda, a él le debemos el poder disfrutar hoy de este espectacular y magnífico castillo, de su maravillosa capilla y de la tan querida y “románica” (como dijo el catedrático en “Historia del Arte” Abbad Ríos -parece que después nadie le hizo caso, igual que con lo de los matacanes; hasta llegaron a decir, lo hemos visto en “internet”, que es una talla del siglo XV -ya no es, pues, “románica”; la historia del arte en España debe estar aún en la “prehistoria”; vamos, después de Abbad, como si hubiera retrocedido varios siglos-; no sé, supongo que el cuadro de la sacristía o las tablas del altar debería saberse de cuándo son, más o menos; si no, poco sabemos aún de nada) “virgen de los templarios”, nuestra Virgen de los Ángeles; arriba, en lo alto, entre la Tierra y el Cielo, como pensaron estos; en este lugar “sagrado” y mágico de Mesones.
Y ya no hubo aquí nunca viviendo más monjes (ni arzobispos), por lo que finalmente fue D. Lope realmente el “último templario del castillo”.
Gracias Eloy por descubrirnos todos estos secretos. Ahora valoramos mucho más nuestro castillo. Esperemos que otros también lo hagan.
Autor de las fotografías: Lucio Barcelona Cimorra
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